Son muchos los productos que se envían desde las Islas Canarias a
el Nuevo Mundo y muchos de ellos no cabe duda de que resultaran decisivos. Del
mismo modo que son muchos los productos que llegarán a las Islas Canarias desde
América y que también resultarán decisivos para la alimentación de la población
canaria.
Por citar unos pocos ejemplos de los productos que se enviaron
tenemos la caña de azúcar, el plátano y quejes de vid. En cuanto animales desde
el cerdo, las gallinas y cabras. Otro producto muy importante fue el gofio que
lo llevó el canario como dieta para paliar el hambre.
La bahía de San Sebastián de la Gomera tenía unas
condiciones naturales muy buenas para el atraque de las flotas, convirtiéndolo
en un lugar privilegiado para la partida de las expediciones hacia América y
que a su vez estaba protegida por dos hitos geográficos, la punta de los
Canarios y el Roque de la Hita, que la hacían estar defendida por la artillería
de posibles ataques.
Además de su posición estratégica la relación del
Almirante Cristóbal Colón con Dª.
Beatriz de Bobadilla fue una de las razones para que este fuera el puerto
elegido para la partida hacia el descubrimiento de América y posteriormente se
utilizará como plataforma de salida de muchas expediciones hacia el Caribe y el
continente Americano.
Muchos isleños viajaron hacia el nuevo continente,
algunos enrolados en las tripulaciones de los barcos simplemente para huir de
la miseria y otros en busca de esas riquezas que decían que contenía América,
como el oro, la plata, esmeraldas y perlas.
Los puertos de Garachico y de Santa Cruz de
Tenerife, así como el de la isla de La Palma se
suman al conjunto de infraestructuras que Canarias ofrecía a la
navegación de aquellos tiempos, siendo de gran valor para todos aquellos buques
que se dedicaban al comercio pues se podían proveer de elementos fundamentales
para los viajes como agua, vegetales,
cereales, animales e incluso de esclavos
pues el comercio con África se incremento debido a la aparición del comercio de
esclavos con América y que a veces utilizaban el archipiélago como última
parada antes de atravesar el océano.
La situación estratégica de las Islas Canarias era
perfecta, aunque no únicamente para comerciar y facilitar todos sus productos,
sino para permitir que se desarrollara un gran comercio clandestino a través de
nuestros puertos, pero no solamente con los navíos españoles sino con los
portugueses también. Eran varias las formulas de fraude a practicar para comerciar con el Nuevo Mundo a través
de Canarias explicadas detalladamente por D. Eufemio Lorenzo Sanz en su Libro
“Comercio de España con América en la época de Felipe II” Tomo II.
Muchos canarios
que viajaron y se establecieron en América enviaban como ofrendas a su patrona
La Virgen de Candelaria en la isla de Tenerife joyas y ornamentos para la
imagen. Estos cuando
regresaban a sus pueblos natales con riquezas se las ofrendaban a la Virgen
como agradecimiento por un favor concedido, como prueba de su posición social o
como devoción hacia su patrona.
Antes de la
conquista del archipiélago los guanches de Tenerife, concretamente los del
bando de Guimar, custodiaban una imagen sagrada que encontraron en las playas
de Chimisay hacia 1.392, llevándola a la cueva de Chinguaro, esta imagen era la
de la Virgen de Candelaria.
Al llegar
los colonizadores en 1.464 con Don Diego de Herrera, que tomo posesión de la isla, tuvieron
conocimiento por los frailes franciscanos que los acompañaban para la
evangelización de los nativos, que los naturales de la zona tenían la imagen de
una Virgen, a través de las Pesquisas de Cabitos conocemos que estos frailes de
la Orden Franciscana vivieron durante años con los guanches, llevando la Virgen
a la cueva de Achbinico, hasta que son expulsados, quedándose los naturales con
su imagen. De esta
acción misional quedó como resultado que los conquistadores encontraron entre
los guanches de Güimar un grupo que era cristiano y que les fueron de gran
ayuda en las operaciones militares. Al finalizar
la conquista, en 2 de febrero de 1.497 se inicia la construcción de una ermita,
a 100 metros de la cueva, la cual, en 1.518, ya estaba terminada. El beneficiado que atendía a los feligreses del
valle era el mismo que el de la Concepción de La Laguna, Rodrigo de Argumedo.
Este era Chantre de la Catedral de Cádiz y nunca estuvo en las islas,
ocupándose Diego de Herrera de sustituirlo. Se nombra obispo de las islas a Don
Luis Cabeza de Vaca, y en su primera visita pastoral a Tenerife, en 1.530,
viendo el estado del culto a la Virgen y presionado por el Cabildo, decidió
conceder la administración de la ermita y el cuidado de la Virgen a los
dominicos. Esta decisión encontró la protesta del beneficiado,
que veía mermada su participación en las ofrendas y promesas de los romeros. Entretanto, en 1.533, se dividió el beneficio de la
Concepción y se segregó el beneficio de Güimar entre otros. Para el cargo se nombró al Licenciado Pedro González
Gozón, como primer beneficiado del valle de Güimar, instalándose en la cueva de
San Blas, en lo que fue la primera parroquia de Güimar. Estas circunstancias
provocan luchas y enfrentamientos entre el clero regular y secular; además, se
añadió el hecho de que el Cabildo hizo donación a los dominicos de la ermita y
el terreno colindante, donde se encuentra la cueva de San Blas. Estos problemas
lograron el consenso en 1.544, gracias a la labor del obispo Alonso Luis de
Virués, donde los dominicos quedan encargados de atender a la ermita y el culto
a la Virgen y el beneficiado Gozón a los parroquianos del valle, en la cueva de
San Blas.
Desde este momento se piensa en la construcción de
otra iglesia que reuniera mejores condiciones, el suelo de San Blas era de
piedra y no servía como lugar de continuo enterramiento. Se comenzó la
construcción de Santa Ana, terminándose entre 1.572 y 1.579, siendo beneficiado
del valle Gaspar González, natural de Candelaria.
A finales del siglo XVI, numerosos ataques de piratas y epidemias causaron alarma entre los frailes viéndose en la necesidad de solicitar ayuda para proteger a la Virgen y a los vecinos de los ataques pues no tenían posibilidad de defenderse y esto obligaba a la población a trasladarse a ubicaciones más altas, despoblándose la zona. La imagen fue trasladada en varias ocasiones a la Laguna para protegerla de los ataques y otras veces para hacer rogativas, siendo esto muy protestado por los naturales de Candelaria y por los frailes del convento, pues los regidores y el Cabildo lagunero deseaban que la Virgen se quedara en La Laguna, donde estaría mucho mejor protegida. Fueron muchas las disputas, llegándose incluso a tener que recuperar la imagen por la fuerza para retornarla a Candelaria.
En 1.680, con el impulso del obispo García Ximénez, muy devoto a la Candelaria (incluso pidió ser enterrado en esa iglesia), se trasladó a la Virgen a un nuevo templo que se había construido con las limosnas de los fieles y con la ayuda del Cabildo con 1.000 ducados para la obra. El nuevo templo era mucho más amplio para dar acogida a los devotos y romeros que acudían a Candelaria, complementándose con la hospedería del Cabildo y una casa-hospital que mantenían los frailes. Pero el Cabildo, frente a los ataques frecuentes a la costa de Candelaria, no estuvo inactivo y desde 1.686 hizo construir un reducto defensivo en la playa para hacer frente a los piratas. Pronto vieron que era insuficiente y en 1.697, por iniciativa del gobernador de las islas y sufragado por Don Pedro de Ponte y Llarena, conde de El Palmar, se construyó un castillete de planta cuadrada con una batería capaz de tres cañones. Tenía el castillo un alcalde nombrado por el Rey, con el empleo de capitán dotado de cincuenta pesos mensuales, que pagaba la Real Hacienda. Para el cargo se nombró castellano perpetuo a Bartolomé Montañez, quien dedicó a la Virgen el monumento de mármol que está en la Plaza de La Candelaria de Santa Cruz de Tenerife.
El 15 de febrero de 1.789, el convento sufrió un incendio casual del que se pudo salvar sólo la imagen, perdiéndose el archivo dominico y los elementos de culto. Tras el incendio tuvo que fundirse parte de las joyas que se salvaron, siendo fundidas sobre todo las de plata para ayudar a pagar la reconstrucción del templo. De nuevo se tuvo que colocar la Virgen en la cueva de San Blas, hasta 1.803, en que se trasladó provisionalmente al convento, entretanto se construía el nuevo templo. El nuevo edificio se comenzó en 1.808, según planos de los arquitectos Manuel Martín Rodríguez y Joaquín Rodríguez, siendo el maestro de obras Juan Nepomuceno, el encargado de ejecutar la edificación, terminándose en 1.817.
Poco tiempo duró la tranquilidad porque un terrible temporal que sufrieron las islas, en la noche del seis al siete de noviembre de 1.826, se ocasionaron destrozos y desgracias en todas ellas, pero de forma más acusada en Candelaria, donde arrasó el castillo de San Pedro, arrastrando al mar la imagen de la Virgen, la ermita y parte del convento. Después de una búsqueda infructuosa se decidió encargar una nueva talla que sustituya a la desaparecida. Para ello se eligió al imaginero orotavense Fernando Estévez.
Entre
las joyas de la Virgen se encontraban gran cantidad de esmeraldas como las que
adornaban su corona y la del Niño, siendo algunas de gran tamaño.
Detallamos a continuación un extracto del inventario
realizado el 20 de Mayo de 1.769 que se encuentra en el archivo del
Ayuntamiento de San Cristobal de la Laguna, en la isla de Tenerife: Una
corona de oro que pesaba 24 onzas con una gran esmeralda, la corona de oro de
la imagen del Niño que pesaba 4 onzas 5 adarmes, con dos joyas mas de
esmeraldas, una vela de oro y perlas, trece joyas de esmeraldas y 23 esmeraldas
más sueltas, siendo una de ellas de gran tamaño, un cintillo o banda de hombro
a hombro que tenia 5 piezas de oro y amatistas, 8 piezas de oro y esmeraldas,
un pendiente de oro y esmeraldas. La
mantilla o faldellín del Niño era de terciopelo color grana y tenía perlas de
todos los tamaños, un lagarto de oro y esmeraldas, un corazón de diamantes, dos
rosas con 9 esmeraldas cada una, dos de una esmeralda cada una, una con un
gránate, cuatro joyas de oro y perlas. Aparte tenia una madeja de perlas con 22
hilos, una pulsera de perlas gruesas de 15 hilos, otras pulseras de perlas
semilla o de aljófar, dos lazos de oro y esmeraldas para las pulseras, un
águila de oro y esmeraldas con una gran esmeralda redonda en el pecho. Una joya
de oro, perlas, esmeraldas y un gránate con diamantes, una joya de oro y
amatistas, un aderezo de oro esmeraldas y perlas, una hoja de oro y diamantes.
Estas eran las joyas que poseía la imagen junto a los candeleros, cruces,
copónes, lamparas y demas ornamentos que acompañaban la imagen hasta el año
1.745. Después
siguieron obsequiándole con más joyas como una gran joya de pecho hecha en oro
con diamantes y esmeraldas obsequio del Conde de la Gomera D. Juan Nicolás de
Ponte. El Corregidor D. Juan Nuñez de Arce donó una venera de la orden de
Santiago con diamante y rubíes. D. Diego de Nava, Gobernador de Quito donó dos
manillas de oro y esmeraldas. Un águila de oro con una esmeralda grande central
y 92 pequeñas engastadas alrededor donación de la Marquesa de Torre Hermosa. Un
brazalete con esmeraldas donado por el administrador de la Real Aduana de
Tenerife. Un lazo de filigrana y un junquillo de oro con el lagarto de
esmeraldas regalo del Intendente D. Juan Antonio Zeballos en 1.719. El relator
de la Audiencia D. Juan Leal donó un anillo con una esmeralda. Un gran mazo de
perlas trenzadas que atravesaba el pecho de la Virgen, anillos, veneras, pinjantes como el que tenia el Niño Jesús en forma de lagarto de
oro con cabujones de esmeraldas considerado como joya americana ya que aquellas
joyas que contenían temas o motivos de lagartos y papagayos con esmeraldas
cabujones o de esmaltes en tonos verdes parece que procedían de artesanos
americanos, lazos de filigrana siendo este tipo de elaboración de gran
aceptación por su gran tamaño, ligereza y bajo coste siendo en el siglo XVIII
cuando se trabaja en gran cantidad las joyas en filigrana y casi siempre
montada con perlas pequeñas ligeramente barrocas de escaso valor llamadas de
aljófar. Por último dos baulitos de carey con cantoneras y cerraduras de plata
en donde estaban las joyas donadas por tantos personajes ilustres de la época,
como por sus fieles y devotos.
La imagen llevaba a diario estas joyas y como ya dijimos antes debido al aluvión fuerón arrastradas al mar, salvándose solamente el lazo de filigrana de oro, perlas y esmeraldas que probablemente no lo tendría puesto fue una de las joyas que se rescató de la incautación conservándola aún la Virgen. Las pocas joyas que se salvaron del temporal fueron más tarde incautadas por el estado en la amortización. La amortización extinguió, en 1.835, las órdenes religiosas en España. En 1.836, los religiosos dominicos son expulsados del Santuario y el Estado se incautó de los bienes del convento y de las joyas que se salvaron del incendio y aluvión pasado. La Virgen quedó al cuidado del cura Juan Fernández del castillo después del expolio a la que fueron sometidos la ermita y el convento. En 1.860 se devolvieron los bienes incautados por la Desamortización, los edificios estaban prácticamente en ruinas. De nuevo, se acometieron obras de reconstrucción gracias a la mediación del obispo Nicolás Rey Redondo.
También hemos de recordar la labor del mayordomo Lorenzo de Barrios, natural de Igueste, quien con su esfuerzo personal hizo lo posible por recuperar el tesoro de la Virgen.
En 1.947 fue nombrado obispo de Tenerife Don Domingo
Pérez Cáceres, natural de Güimar, impulsó con
mayor interés la obra de la construcción de una basílica monumental que
magnificara la devoción por la Virgen de Candelaria. Se concluyó la obra con el
arquitecto Marrero Regalado en 1.959.
Candelaria |
Plaza de Candelaria |
Virgen de Candelaria |